jueves, 24 de mayo de 2007

HÉROES ANÓNIMOS II

El niño que quería ser conocido como Mel Gibson y que en realidad se llamaba Alfonso González



La industria cinematográfica ha llegado a los corazones de todos los habitantes de España y a casi todos los del mundo, debido a que en Ruanda y en Sudán están mucho más pendientes de dar un golpe de estado y hacerse con el mandato del país. En nuestro país, concretamente, gozamos de una cartelera que ya la quisieran tener Steven Spielberg y George (¡hasta luego!) Lucas juntos, mejor para dos. Todo empezó, queridos amigos cinéfilos, cuando a un auténtico genio, un innovador en todos los sentidos, un Einstein manchego, un Leonardo da Vinci de un pueblecito de Ciudad Real, le dio por filmar a un travesti maquillándose. Sí, amigos, sí. Si no fuera por Pedro Almodóvar y sus siete enanitos, nuestro cine sería un enorme excremento de vaca. Una vez, en Los Ángeles de San Rafael, iba Pedro paseando con su chihuahua y comiendo pipas, cuando, de repente, Woody Allen se cruzó con él. El director americano, al sentir su sombra, empezó a delirar pensando en Scarlette Johansson y se tuvo que internar en un psiquiátrico de Valencia, ya que la horchata era su bebida favorita.

En Salcedo de Sotomayor, pueblo perdido donde los haya en los amplios campos de Castilla, en los que el caminante, por muy Labordeta que sea, seguirá sin encontrar su camino, encontramos a un personaje que vive para el cine. Es más, es una encarnación cinematográfica, hecha persona. En 1987 se estrenó la primera parte de “Arma letal”. Fue a partir de esa fecha, cuando a Alfonso González, la vida le dio un cambio radical (pero no como los del programa de Teresa Viejo). Alfonso González, que tenía treinta años por entonces y dos mulas, tuvo que viajar al municipio conocido más cercano a su pueblo, Lugo, a 150 kilómetros. Tras cinco días de viaje, atravesando montañas, carreteras y bares de esos en el que las mujeres te enseñan el culo a cambio de dinero, llegó a Lugo, y descubrió el cine. Pagó su entrada, se compró las palomitas para él y para sus dos burros, y los tres fueron a ver “Arma letal”. Viendo esos ojos, ese afán de heroicidad, ese carácter tan americano que Mel Gibson poseía, Alfonso, le dio un beso al burro que estaba a su izquierda, y quiso seguir el ejemplo del americano actor: se dejó melena, se metió a policía y se hizo amigo de un afro-americano nacido en Chamberí.

Cada vez que Mel Gibson lanzaba una película, Alfonso adoptaba los caracteres del personaje interpretado. Cuando Mel dirigió “La Pasión”, Alfonso fue a un seminario y se pasó tres meses estudiando el catecismo católico. Recientemente ha colaborado en la parroquia de San Carlos Borromeo, la iglesia roja, haciendo torrijas en Semana Santa para Rouco Varela.

Por todo su afán y compromiso cinematográfico, Alfonso González merece ser nombrado “héroe anónimo”.

sábado, 14 de abril de 2007

HÉROES ANÓNIMOS I

Alexander Vodkacogorzarov


J.F.U. Debido al calibre de los hechos ocurridos en la actualidad política, económica, social y del corazón de nuestro país, que los griegos llamaron Iberia, los romanos Hispania, los musulmanes (lo conquistado) y Felipe González, Al-Andalus, y algunos dirigentes del PP, España, de antemano les aviso que, en esta ocasión, notarán, con extrema objetividad, la brevedad de mis palabras. No habrá síntomas de cansancio a la hora en la que ustedes comiencen a leer esto. Además, he tenido una terrible, espantosa y aterradora noticia: a las siete, mi mujer me ha dicho que vaya a recoger a mi suegra al podólogo. La pobre tenía caries en la uña del dedo gordo, y su situación ha alcanzado tal extremo que, esta misma tarde, tengo que dejarla en la consulta del Doctor Ruano Montalbán de Sierra Morena y Monte Perdido, navarro de profesión, y doctor de nacimiento, como Don Santiago Ramón y Cajal, premio Nobel de Medicina en 1956, año en el que ya se le empezaron a desplomar los pechos a Marujita Díaz.

El héroe anónimo que hoy nos ocupa se llamaba Alexander Vodkacogorzarov. Alexander nació en Город Драгоценности Айвы (Villajoyosa del Membrillo), al norte de la, por entonces, Unión Soviética (U.R.S.S.; en griego, U.R.S.S.; y en inglés americano, Tocaloshuevosland) en 1909. Cuando Alexander, llamado así porque de mayor quería ser como Alejandro Magno, aunque luego acabase más bien como Alejandro VI Papa, creció en una Rusia llena de cambios políticos. Las revoluciones comunistas, así como las rebajas, fueron hechos históricos que profundamente marcaron su vida. Sus padres le dijeron: “Alexander, viendo tu capacidad intelectual, tienes dos opciones en esta vida: una, ser el carnicero del pueblo; y dos, meterte a cura”. Alexander, que de tonto no tenía un pelo, porque se quedó calvo a los trece años, pensó: “si me meto a cura me mandan a Rusia”. Y, como Alexander, según se comentaba en el pueblo, tenía ciertas tendencias sexuales con las morsas, se hizo sacerdote. En 1929, con el crack de Wall Street, en la U.R.S.S. se promulgó año festivo. Alexander, sacerdote condenado a trabajos forzados en Siberia (tenía que depilar las ingles de los cazadores de focas), por llevar la contraria, dibujó una bandera de Estados Unidos en su celda, justo a la izquierda de su calendario con la imagen del Cristo de Medinacelli. Los bolcheviques, que ya tenían puesto el ojo en Trotsky, lo mudaron a Alexander, y le obligaron a marchar a México, si no quería ser torturado viendo películas de Pedrus Almodovarov hasta el hastío.

Y al pobre Alexander no le quedó otra. Por ser un preso político y haber luchado heroicamente contra las autoridades represivas, Alexander merece ser nombrado como héroe anónimo. Sí señor. (Después, en México, se picó con el tequila, y se echó a perder.)